Cada vez que firmas...

Cada vez que firmas...

Mi pequeña Lenore

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Cosas que hacer antes de morir...

[] Participar en una producción de Cats
[] Viajar a Nueva York
[] Tener un gato como mascota
[] Viajar a Japón
[] Aprender Italiano


[X] Comer un bote de Nutella a cucharadas



Hay gente que es feliz con muy poco ^^


lunes, 22 de septiembre de 2008

Lobos aprendiendo a aullar

Hacía siglos que no veía nada tan absolutamente monérrimo ^^




¿Qué me decís? ¿A que de repente se os pasa por la cabeza adoptar un lobito?

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El video del día

Hala, para echarse unas risas...

Porque te terminas riendo, lo quieras o no...

Ahora eso sí, por favor, por favor, tenéis que verlo entero!!!

Ahí va:

domingo, 7 de septiembre de 2008

Los seis sirvientes

Éste es uno de mis cuentos favoritos de los hermanos Grimm. Mirándolo así de largo parece que es un tocho inacabable, pero una vez que empiezas a leerlo se hace ameno y es muy curioso... A mí me encanta! Aquí os lo dejo por si queréis echarle un vistazo ;)


En remotos tiempos vivía una anciana reina que era, además, hechicera. Tenía una hija tan hermosa que no se podría encontrar otra igual. A cuantos pretendientes aspiraban a casarse con ella la anciana les imponía una difícil prueba, y si no realizaban el trabajo ordenaba su muerte. Muchos lo habían intentado, deslumbrados por la belleza de la joven, pero ninguno consiguió realizarlo y, así, fueron decapitados sin piedad.

Mas cierto príncipe, enterado de la gran hermosura de la doncella, dijo a su padre:

—Permitidme que vaya a pretenderla.

—De ninguna manera —respondió el Rey—. Si lo hicieses correrías a tu muerte.

Enfermó el hijo gravemente y estuvo siete años entre la vida y la muerte, sin que los médicos encontraran remedio a su mal. Al ver su padre que no había esperanza, le dijo con tristeza:

—Vete, pues, a probar suerte. Ya no sé qué más hacer por ti.

Al oír el hijo estas palabras se levantó del lecho completamente sano y se puso en seguida en camino.

Sucedió que, cabalgando por un erial, vio desde lejos que sobresalía del suelo un bulto semejante a un montón de heno, y al acercarse pudo comprobar que se trataba de la barriga de un individuo que se hallaba tumbado en aquel lugar; una barriga que era como una pequeña montaña. Al ver al caballero, el gordo se incorporó y le dijo:

—Si necesitáis un criado, tomadme a vuestro servicio.

El príncipe le respondió:

—¿Qué haría yo con un hombre tan voluminoso?

—iOh! —exclamó el gordo—. Esto no es nada; si me ensanchara del todo podría ser tres mil veces más gordo.

—En este caso —dijo el príncipe— tal vez puedas servirme. Vente conmigo.

Y el gordo se marchó con el hijo del Rey. Al cabo de un rato se encontraron con otro sujeto que, tendido en el suelo, tenía una oreja pegada a la hierba. El príncipe le preguntó:

—¿Qué estás haciendo ahí?

—Escucho —contestó el otro.

—¿Y qué escuchas con tanta atención?

—Escucho lo que ocurre en estos momentos en el mundo, pues nada escapa a mi oído. Incluso oigo crecer la hierba.

Le preguntó el príncipe:

—Dime, ¿qué oyes en la corte de la vieja Reina, madre de aquella hermosa doncella?

—Oigo el zumbido de una espada que está cortando la cabeza de un pretendiente -le respondió.

—Tal vez puedas servirme —exclamó el príncipe—. Vente conmigo.

Siguieron adelante, y de pronto divisaron dos pies y parte de unas piernas, pero no el resto del cuerpo. Al cabo de un buen trecho encontraron el tronco y la cabeza.

—¡Caramba! —exclamó el príncipe—. iVaya hombre alto!

—¡Oh! —respondió el alto—, esto no es nada. Cuando estiro del todo las piernas soy tres mil veces más alto que la montaña más elevada de la tierra. Os serviría gustoso si me quisierais emplear.

—Sígueme —dijo el príncipe—. Tal vez puedas servirme.

Avanzaron otro trecho y observaron que al borde del camino estaba sentado un hombre con los ojos vendados. El príncipe le dijo:

—¿Tienes acaso los ojos enfermos y te molesta la luz?

—No —respondió el hombre—, pero no puedo quitarme la venda, pues todo aquello que ven mis ojos vuela en pedazos. Tal es la fuerza de mi mirada. Si en algo puedo serviros, lo haré con gusto.

—Ven conmigo —le respondió el príncipe—. Tal vez puedas servirme.

Y, siguiendo adelante, encontraron a otro individuo que, a pesar de estar tumbado bajo un sol tórrido, tiritaba y tenía el cuerpo helado y todos los miembros ateridos.

—¿Cómo es posible que tengas frío —le preguntó el príncipe— con este sol abrasador?

—iOh! —respondió el desconocido—, mi naturaleza es especial, cuanto más calor hace más frío tengo, y el hielo penetra por todos mis huesos; y cuanto más frío hace más calor tengo. En medio del hielo me derrito de calor y dentro del fuego me hielo.

—Bien raro eres —dijo el príncipe—, pero si quieres servirme, sígueme.

Y un poco más lejos vieron a otro hombre que estaba de pie y, estirando el cuello, miraba hacia las montañas.

—¿Qué miras con tanta atención? —le preguntó el hijo del Rey.

—Es tan penetrante mi mirada —dijo el hombre— que puedo ver a través de bosques y campos y más allá de montes y valles, hasta los confines del mundo.

El príncipe le dijo:

—Si quieres, puedes venir conmigo. Necesito un hombre de tus cualidades.

Y he aquí que el príncipe, acompañado de sus seis servidores, llegó a la ciudad donde vivía la vieja Reina. Sin darse a conocer, le dijo:

—Si queréis otorgarme la mano de vuestra hermosa hija, estoy dispuesto a realizar lo que me mandéis.

Contenta la hechicera de ver que un joven tan apuesto caía en sus redes, le respondió:

—Te señalaré tres trabajos. Si los llevas a buen término, serás rey y esposo de mi hija.

—¿Cuál es el primero? —preguntó el príncipe.

—Debes traerme el anillo que se me cayó en el mar Rojo.

Volvió el joven junto a sus criados y les dijo:

—El primer trabajo no es nada fácil. Se trata de pescar un anillo en el mar Rojo. iA ver cómo podéis conseguirlo!

Respondió, entonces, el de mirada penetrante:

—Voy a ver si lo localizo —y mirando al fondo del mar, dijo—: Está sobre una roca puntiaguda.

Intervino el alto y declaró:

—Yo lo sacaría si pudiese verlo.

—iSi no es más que eso! —exclamó el gordo, y tendiéndose en el suelo empezó a sorber las olas y se bebió todo el mar, dejándolo seco como un prado. El alto se agachó un poco y tomó el anillo. Contento el príncipe de tener la joya, fue a entregársela a la Reina, la cual le recibió asombrada, diciendo:

—Sí, éste es el anillo. Has resuelto el primer trabajo, pero ahora viene el segundo. En aquel prado que ves allí, delante del palacio, pacen trescientos bueyes gordos; debes comértelos con piel y pelo, huesos y cuernos, y abajo, en la bodega, tengo trescientos barriles de vino: tendrás que bebértelos. Y ten presente que si dejas un solo pelo de los bueyes o una sola gota del vino, te costará la vida.

El príncipe preguntó:

—¿No podría invitar a alguien? Sin compañía no me apetece mucho comer.

La vieja respondió, con una risa maligna:

—Te permito que lleves un invitado para que te acompañe, pero sólo uno.

Regresó el príncipe junto a sus servidores y le dijo al gordo:

—Hoy serás mi compañero de mesa y comerás hasta saciarte.

El gordo se ensanchó y se comió los trescientos bueyes sin dejar un solo hueso, y aún preguntó si aquello era todo lo que había de desayuno. En cuanto al vino, se lo bebió todo en los mismos barriles sin necesidad de vaso, y sin dejar una sola gota.

Acabado el banquete, el príncipe comunicó a la vieja que había terminado el segundo trabajo.

Ella se admiró y le dijo:

—Hasta ahora, nadie había llegado tan lejos, pero te queda aún otro cometido -y pensaba: «No te escaparás. Tu cabeza caerá.»-. Esta noche -prosiguió- llevaré mi hija a tu habitación. Deberás abrazarla y ¡cuidado con dormirte! Yo iré a las doce en punto y si no la encuentro junto a ti estarás perdido.

El príncipe pensó: «Esto es fácil. Ya cuidaré yo de mantener los ojos abiertos.» No obstante, llamó a sus criados y, después de contarles lo que le dijera la vieja, añadió:

—iQuién sabe qué treta prepara! Conviene precaverse. Vigilad y cuidad de que la muchacha no salga de mi habitación y de que nadie entre en ella.

Al cerrar la noche se presentó la hechicera con su hija, a la que dejó en brazos del príncipe. Entonces el alto se estiró en círculo en torno a los dos y el gordo se puso ante la puerta, tapándola de manera que no pudiese pasar por ella ni una mosca. La pareja permaneció sentada sin que la muchacha pronunciase ni una sola palabra. La luna, entrando por la ventana, iluminaba su maravillosa belleza. El joven no hacía sino contemplarla sin sentir el menor cansancio en los ojos. Pero a las once la bruja los hechizó a todos, de modo que se quedaron dormidos y, en el acto, desapareció la princesa.

Siguieron dormidos profundamente hasta las doce menos cuarto, en que, perdiendo el hechizo su fuerza, se despertaron.

—iQué terrible desgracia! —exclamó el príncipe—. ¡Ahora sí que estoy perdido!

Sus fieles criados prorrumpieron también en lamentaciones, pero el del fino oído dijo:

—¡Callaos, que voy a escuchar! —Y al cabo de un momento de silencio dijo-: La princesa está en una roca, a trescientas leguas de aquí, llorando vuestra muerte. ¡Sólo tú puedes hacerlo, alto! Si te das prisa, en dos zancadas estarás allí.

—Sí —respondió el larguirucho—; pero debe acompañarme el de la mirada intensa para hacer saltar la roca.

Subió el de los ojos vendados a hombros del alto y en un santiamén estuvieron junto a la roca encantada. El alto le quitó la venda de los ojos a su compañero y bastó una mirada de éste para que la roca volara en mil pedazos. El alto tomó entonces en brazos a la princesa y en un instante la llevó al palacio. Luego, volvió a recoger a su compañero y antes de dar las doce se hallaban todos reunidos y de excelente humor. Al sonar las campanadas se presentó la vieja hechicera con semblante irónico, como diciendo: « iYa es mío! », convencida de que su hija se encontraba a trescientas leguas. Pero, al verla allí, exclamó aterrorizada:

—iEste es más poderoso que yo!

Como ya no podía objetar nada no tuvo más remedio que otorgarle a la muchacha. Sin embargo, le dijo a ésta al oído:

—¡Qué vergüenza para ti tener que obedecer a un plebeyo, sin poder elegir un marido de tu gusto!

Aquellas palabras excitaron la ira en el orgulloso corazón de la doncella, la cual no pensó ya sino en vengarse. Así, a la mañana siguiente mandó reunir trescientas cargas de leña, y dijo al príncipe que, aunque había efectuado los tres trabajos no se casaría con él mientras alguien no se ofreciese a subir a la pira y permanecer en ella mientras ardiese. Ni por un momento imaginó que alguno de sus criados quisiera morir abrasado por el príncipe, y sí, en cambio, que él mismo subiría por su amor. De esta forma moriría y la dejaría libre.

Pero los criados dijeron:

—Todos hemos realizado algo. Sólo el friolero no ha hecho nada. Ahora le toca a él. —Y, subiéndolo a la pira, prendieron fuego a la leña.

Empezó ésta a arder y siguió ardiendo por espacio de tres días hasta que toda la madera quedó consumida. Al extinguirse las llamas apareció el friolero entre las cenizas tiritando como una hoja y diciendo:

—En mi vida he pasado tanto frío. iSi dura un poco más, me congelo!

Ya no había escapatoria y la hermosa doncella no tuvo más remedio que aceptar por marido al desconocido joven. Se celebró la boda y los jóvenes se despidieron de la anciana Reina. Al verles marchar, ésta pensó: «iNo puedo tolerar tanta vergüenza!», y envió a su ejército con orden de rescatar a la princesa.

Pero el del fino oído se había enterado de las secretas órdenes de la Reina:

—¿Qué hacemos? —preguntó al gordo, y éste pronto encontró la solución. Escupió detrás de la carroza parte del agua del mar que se había tragado e inmediatamente se formó un gran lago, en el que se ahogó el ejército perseguidor. Al saberlo, la hechicera ordenó salir más soldados a caballo, pero el oidor, percibiendo el ruido de las armaduras, le quitó la venda de los ojos a su compañero, el cual con una sola mirada hizo añicos toda la tropa, como si fuese de cristal. Así pudieron continuar sin más percances, y los seis criados se despidieron de su amo:

—Vuestros deseos se han cumplido y, puesto que ya no nos necesitáis, seguiremos nuestro camino en busca de fortuna.

Muy cerca del palacio había una aldea y, en las afueras, un porquerizo guardaba su manada. Al verle, el príncipe le dijo a su esposa:

—¿Sabes quién soy? No soy un príncipe sino un porquerizo, y ese que guarda la piara es mi padre. Debemos ir a ayudarle en su trabajo.

Se hospedaron en la posada y, en secreto, dijo a los dueños que durante la noche le quitasen a la princesa sus vestidos reales. Al levantarse, a la mañana siguiente, la muchacha se encontró con que no tenía nada que ponerse; la ventera le proporcionó una vieja falda y unas medias de lana, como si le hiciese un gran regalo, diciéndole:

—Si no fuera por vuestro marido, no os daría nada.

Persuadida la princesa de que su esposo era realmente un porquerizo, lo ayudó a guardar los cerdos, pensando: «Me lo tengo bien merecido por insolente y orgullosa». Ocho días duró aquella situación, al cabo de los cuales la joven ya no podía resistir más, pues tenía los pies completamente llagados. Llegaron entonces unas personas que le preguntaron si sabía quién era su marido.

—Sí —respondió ella—, es el hijo del porquero y acaba de salir para vender una pequeña partida de cintas y galones.

Los forasteros le dijeron:

—Venid con nosotros, os acompañaremos junto a él.

La condujeron a un palacio. Al entrar la princesa en el salón vio a su esposo con sus vestiduras reales, pero no lo reconoció hasta que él, abrazándola, le dijo:

—Yo he sufrido mucho por ti; por eso, también tú habías de sufrir algo por mí.

Celebróse entonces una gran fiesta, y... icómo me hubiera gustado estar allí!


Y al que haya llegado al final del cuento y le haya gustado... Le mando muchas chuches virtuales :D